domingo, 5 de abril de 2020

Ética y poética punkecléctica de Oswaldo Antonio González

Ética y poética punkecléctica de Oswaldo Antonio González

Homenaje a un artista genuino

Por Isaac Morales Fernández


Siento, desde lo más hondo de mi corazón, que no tengo más nada que decir.
Cran Eola (de la obra 4 monólogos sin logos, de O.A.G.)


Sandalias de cuero lanudo de vaca, blancas con marrón; pantalón beige de pescador con bolsillos a la altura de las rodillas, color beige; camisa manga larga de cuadros azules, por fuera; bufanda roja con un extremo hacia adelante y otro hacia atras; gorro tipo flat-cap de cuadros verdes y marrones, bolso tejido de paja, y mucha actitud para llamar la atención y no pasar desapercibido por ningún lado... Así conocí a Oswaldo Antonio González a mediados de 2007.

Lo habían nombrado recientemente Especialista del Libro del Gabinete Miranda del Ministerio de la Cultura y nos fue a visitar a Santa Teresa del Tuy para articular el trabajo del Consejo Editorial Popular de la Imprenta de Miranda, adscrita a la Editorial El perro y la rana, donde yo tenía apenas tres meses trabajando como diagramador-editor. Era todo un personaje que parecía no encajar en ningún lado: locuaz, mordaz, audaz, honesto hasta lo sobreactuado, espontáneo hasta lo escandaloso, ético hasta la necedad. Sabía imponerse de la manera más afectuosa y deshinibida a la hora de trabajar. Y lo primero que hizo fue no sólo ponernos en el confuso y demasiado protocolar papel de pararnos a seis, junto con él siete, escritores, en medio de la Casa de la Cultura "Juan España", en un evento totalmente improvisado como un happening, con apenas igual cantidad de personas (siete) como público, con el fin de juramentar a dicho Consejo Editorial; sino además, creerse de verdad y obligarnos a creer que semejante juramentación era de verdad una cosa protocolar y obligatoria... un rito teatral social.

Era en verdad una cosa loca, que no se estila en ninguna parte del mundo. ¿Juramentar, con la mano izquierda (por el izquierdismo socialista) en alto, repitiendo sus palabras después de él, a un grupo de escritores cuya función sería la de evaluar textos para publicar? ¿Qué era eso? Me pareció tan loco, tan ingenuo y genuino (valga el anagrama), tan soñador y utópico, que, sin dudar, le seguí la corriente. Era imposible no seguírsela: estábamos soñando juntos con que podíamos fundar una nueva nación basada en la palabra como compromiso ético y moral, en la palabra de fe y con fe en la palabra del hombre nuevo y la mujer nueva. Hubiéramos podido fundar una nueva religión de dementes si hubiéramos querido, y nuestras iglesias hubieran sido los recintos culturales del estado Miranda, y hubiéramos tomado las tascas por confesionarios y las librerías por altares. Creíamos firmemente en eso. Queríamos hacer revolución, éramos escritores, teatreros, rockeros, eclécticos, no encajábamos y estábamos desquiciados: no hacía falta nada más para forjar de inmediato una amistad fraterna, sincera y confianzuda hasta el tremendismo.

A las pocas semanas ya estábamos inventando con la primera actividad que se nos encomendaba: el 1er Foro Itinerante sobre la importancia del Libro en la construcción del Socialismo Bolivariano del siglo XXI. Así lo inauguramos en Santa Teresa el lunes 16 de julio de 2007, a escasas semanas de conocernos como compañaros de trabajo articulado, con sus consecuentes réplicas en otras partes del estado. Sería el principio fenomenal de un camino que poco a poco se nos fue desdibujando con el paso de los años, pero que no borró sino que fortaleció la amistad.

Oswaldo duró en ese cargo hasta finales de ese mismo año. Más tarde, entró a trabajar en la Casa del Artista, donde llevó a cabo una noble labor, y poco después en la Editorial El perro y la rana, primero dirigiendo la oficina de Atención al Escritor y luego como Editor, así que frecuentemente nos veíamos ahí en el piso 21 de la Torre Norte del Centro Simón Bolívar. En 2012 participó en un concurso organizado por el equipo nuestro de trabajo con el Gabinete y la Red de Escritores, para participar en el 9no Festival Mundial de Poesía sede Miranda, y así en efecto participó en la antología que preparamos, representando él a la región de Altos Mirandinos y que fue presentada en el CELARG, Altamira, el 29 de noviembre de ese mismo año. Previamente, en agosto de ese mismo año, habíamos compartido en la FILVEN Miranda en Los Teques, en un recital de poesía homenaje a Julio Valderrey. En 2013 preparé una nota sobre su texto teatral 4 monólogos sin logos, publicado en formato de libro de bolsillo por El perro y la rana, una obra que apenas leí me pareció que merecía atención especial. La nota salió publicada en la Revista ¿al vacío...?, N°25, 9no aniversario, correspondiente a diciembre de 2013. En ella expresé una idea que hoy parece un presagio fatídico verificado: "en adelante esta eternidad es peor que Esperando a Godot porque ya no hay nada que esperar, ya todo ha pasado". (Fuente: http://grupoliterarioalvacio.blogspot.com/2013/12/revista-literaria-al-vacio-n25-9no.html . Pág. -3 (15 del pdf).

Y luego extraigo del personaje de la obra, Cran Eola, la cita que está de epígrafe a esta nota elegíaca.

El 11 de mayo de 2014 volvimos a estar juntos en el marco del Pre-Festival de Poesía de Miranda, el cual celebramos en el CELARG. Y así seguimos eventualmente compartiendo en distintas actividades, principalmente en Los Teques. Entre finales de 2016 y principios de 2018 me tocó trabajar directamente en el mentado piso 21 como Coordinador Nacional del Sistema de Imprentas, o Editoriales Regionales, y nuetros puestos de trabajo quedaban a escasos diez pasos el uno del otro. A menudo solíamos almorzar juntos, no siempre, pero vale destacar que Oswaldo era de ese tipo de exagerados que llevaba, no una "viandita", sino una "perola" que parecía un almacén enterno de comida, de la cual siempre compartía con quienes él se sentara a la mesa. Recuerdo un día en que llevó como cincuenta filetes de sardina frita en un envase que parecía una cava viajera, y en la mesa nos repartió sardinas a mi y a otra compañera de labores. Con arroz, por cierto. Era obvio que no le gustaba comer solo.

En Oswaldo había, ya en 2017, un espíritu menos alegre que antes, si bien era el mordaz y ácido de siempre, con su humor negro y escatológico que lograba unir, no sé cómo, con una dulzura que parecía de niño travieso. Pero ahora había madurado muchas ideas, o tal vez ambos habíamos madurado a diez años ya de conocernos. Habíamos perdido cierta ingenuidad política, habíamos aprendido a soñar con los pies en la tierra, o a entender que no hacía falta ser un cándido mártir al servicio de la viveza para ser nosotros mismos y revolucionarios.

A mediados de 2019, estando ya ambos fuera de la editorial (yo había renunciado en febrero y él se había ido poco tiempo después), coincidimos en una actividad en Los Teques, en El Guateque, y de ahí habíamos ido, con el debido lubricante socio-etílico, a casa de Manuel Almeida y Kristel Guirado, aunque ella no estaba, pero sí su hija. Con nosotros también estaban Rukleman y Gabriel Soto (padre e hijo), mi compañera, y otras personas más, para compartir un buen rato de charla y baile. Esa noche en medio de tragos y disertaciones de inocuo nivel, constaté que Oswaldo definitivamente había cambiado mucho en la última década. Luego de la etapa risueña de la conversación, inevitablemente caímos en el debate político, un debate siempre apasionante para gente como nosotros: tercos. Él estaba tan descontento con el gobierno, tan decepcionado, había dado tanto, había dado todo, y ahora, en medio de la rasca, prorrumpió en llanto de tal manera que me tocó, mientras todos los demás bailaban, cantaban y bebían, tratar de calmarlo y consolarlo, hacerle entender que lo valioso de la revolución era lo que cada uno de nosotross podía dar y hacer, no lo que mal-hicieran los politiqueros arribistas de siempre. Obviamente la ebriedad juega trucos con nuestras emociones y "borracho no es gente", pero ese llanto no había salido de la nada. Había salido como exorcismo, expresión de un amargor muy hondo en él. Ahí estaba viendo yo, ¡animando en su duelo!, al tipo que doce años antes había llegado a juramentarme como lector del Consejo Editorial Popular; de haber sido un efusivo y convencido hasta la médula, ahora a ser alguien con una desazón terrible.

El momento pasó, le di un abrazo fraterno y se calmó. Y luego de algunos tumbos en la "pista de baile", a la hora dormir lo hizo profundamente, como una bestia mítica afligida, como quien ha soltado una pesada carga de años, no sin antes insistir en tomarme una foto con un gorrito tipo peruano super-ridículo que él traía puesto, fucsia con verde manzana, con ojos saltones de títere, a lo cual tuve que terminar accediendo para posar para una foto que me tomó ante las risas de mi novia y de Manuel. A la mañana siguiente se despertó de último, casi al mediodía. A esa hora nos insistió a mí y a mi compañera en que pasáramos por su casa rápidamente para almorzar antes de irnos, y así hicimos. Su música neopunk ochentosa no podía faltar en su casa, que por cierto realmente era la casa de su tía, cerca de Villa Teola. Regó las matas "como una doñita" (así dijo riéndose), nos cocinó una sopa en tiempo récord, nos contó cómo estaba "rebuscánose" vendiendo poemas, cuentos y otras creaciones escritas suyas en la página de internet SteemIt, que pagaba con dinero virtual, y eso él lo cambiaba por bolívares y se mantenía "más o menos". Y nos fuimos.

Después de eso, nos vimos otras veces, aún en 2019. Poco después coincidimos en El Guateque. Apenas me vio, llegó actuando como que iba a agredirme desaforadamente, y todo el mundo en el recinto se quedó viendo porque yo me paré también violentamente con mi silla en alto. Creo que los únicos que se dieron cuenta de que todo era una pantomima fueron Alejandro Sequera (el anfitrión permanente) y Gabriel Soto, que nos estaba acompañando en la mesa a mí y a mi compañera, que sí se sorprendió. Obviamente la escena terminó de manera abrupta en un abrazo de risas. Esa anoche recitamos poesía allí. Luego, en octubre del mismo año, coincidimos en el Festival de Poesía de Miranda, en el Complejo Cultural "Emma Soler" de Los Teques, en el cual él llevó el hilo de un sencillo pero digno homenaje al poeta Pablo Molina, leyendo poemas de este y dedicándole una pequeña disertación sobre su obra. Esa fue la última vez que vi a Oswaldo Antonio González en persona. Hace casi seis meses.

Yo quise ayudarle a gestionar, entre noviembre y diciembre, el bono de cultores que da el gobierno. Lo llamé por teléfono para pedirle su número de cédula, pero el bono nunca le salió, ni a él, ni a los otros diez escritores que incluí en esa lista para el Centro Nacional del Libro. Y así pasó el tiempo y nos quedamos incomunicamos, y así nos llegó la Pandemia Mundial, y la cuarentena, y así me llegó ayer sábado 4 de abril la triste noticia de que había muerto el día anterior, el viernes 3 de abril en la noche. No entendí nada: ¿por qué justo ahora, en plena cuarentena, cuando no pudimos hacer nada por él, ni siquiera acompañarlo en su último descanso? Un tipo que había sido experto en llamar la atención de todos con su irreverencia y su santa locura, ¿cómo se podía ir así? Un creador, escritor, ganador de premios literarios en casi todos los géneros, ¿tenía que marcharse así? Le pregunté a Kristel y apenas pudo escribirme una línea, me habló de problemas respiratorios, neumonia. Ximena Benítez me dijo "él era así, como la vida misma". Yurimia Boscán y Coral Pérez me mandaron unos mensajes de audio en los que apenas podían hablar del dolor y las lágrimas traicioneras. Eleazar Jiménez "Prowy" me dijo finalmente: "se fue como él era: irreverente". Entonces me di cuenta de que sí. Así se fue Oswaldo: si quería llamar la atención de todos, lo hizo muriendo cuando ni siquiera podemos compartir nuestro dolor entre amigos abrazándonos en su nombre. No nos queda sino recordarlo, leerlo y escribirle. Todo sea por la memoria...

Eres una ratica, Oswaldo. Vaya manera de atraer la atención, hasta para morirte...

Te quiero burda, hermano, donde quiera que estés, que espero sea en un escenario haciendo a Dios cagarse de la risa con tu sagrada irreverencia.

Caracas, domingo 5 de abril de 2020

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