Homenaje a un artista genuino
Por Isaac Morales
Fernández
Siento, desde lo
más hondo de mi corazón, que no tengo más nada que decir.
Cran Eola (de la
obra 4 monólogos sin logos, de
O.A.G.)
Sandalias
de cuero lanudo de vaca, blancas con marrón; pantalón beige
de pescador con bolsillos a
la altura de las rodillas, color beige; camisa
manga larga de cuadros azules, por fuera; bufanda roja con un extremo
hacia adelante y otro hacia atras; gorro
tipo flat-cap
de cuadros verdes y
marrones, bolso tejido de
paja, y mucha actitud para
llamar la atención y no pasar desapercibido por ningún lado...
Así
conocí a Oswaldo Antonio González a
mediados de 2007.
Lo
habían nombrado recientemente Especialista del Libro del Gabinete
Miranda del Ministerio de la Cultura y nos fue a visitar a Santa
Teresa del Tuy para
articular el trabajo del Consejo Editorial Popular de la Imprenta de
Miranda, adscrita a la
Editorial El perro y la rana, donde
yo tenía apenas tres meses
trabajando como diagramador-editor. Era todo un personaje que parecía
no encajar en ningún lado: locuaz, mordaz, audaz, honesto hasta lo
sobreactuado, espontáneo hasta
lo escandaloso, ético hasta
la necedad. Sabía imponerse
de la manera más afectuosa y deshinibida a la hora de trabajar. Y lo
primero que hizo fue no sólo
ponernos en
el confuso y demasiado protocolar papel de pararnos a seis, junto con
él siete, escritores, en medio de la Casa de la Cultura "Juan
España", en un evento totalmente improvisado como un happening,
con apenas igual cantidad de personas (siete) como público, con el
fin de juramentar a dicho Consejo Editorial; sino
además, creerse
de verdad y obligarnos a creer
que semejante juramentación era de verdad una cosa protocolar y
obligatoria... un rito teatral social.
Era
en verdad una cosa loca, que no se estila en ninguna parte del mundo.
¿Juramentar, con la mano izquierda (por el izquierdismo socialista)
en alto, repitiendo sus palabras después de él, a un grupo de
escritores cuya función sería la de evaluar textos para publicar?
¿Qué
era eso? Me
pareció tan loco, tan ingenuo y genuino (valga el anagrama), tan
soñador y utópico, que, sin dudar, le seguí la corriente. Era
imposible no seguírsela: estábamos soñando juntos con que podíamos
fundar una nueva nación basada en la palabra como
compromiso ético y moral,
en la palabra de fe y con
fe
en la palabra del hombre nuevo y la mujer nueva. Hubiéramos
podido fundar una nueva religión de dementes si hubiéramos querido,
y nuestras iglesias hubieran sido los recintos culturales del estado
Miranda, y
hubiéramos tomado las tascas por confesionarios y las librerías por
altares.
Creíamos firmemente en eso. Queríamos hacer revolución, éramos
escritores, teatreros, rockeros,
eclécticos,
no
encajábamos y estábamos desquiciados: no hacía falta nada más
para forjar de inmediato una amistad fraterna, sincera y confianzuda
hasta el tremendismo.
A
las pocas semanas ya estábamos inventando con la primera actividad
que se nos encomendaba: el 1er
Foro Itinerante
sobre la importancia del Libro en la construcción del Socialismo
Bolivariano del siglo XXI. Así lo inauguramos en Santa Teresa el
lunes 16 de julio de 2007, a escasas semanas de conocernos como
compañaros de trabajo articulado, con sus consecuentes réplicas en
otras partes del estado. Sería el principio fenomenal
de
un camino que poco a poco se nos fue desdibujando con el paso de los
años, pero que no borró sino que fortaleció la amistad.
Oswaldo
duró en ese cargo hasta finales de ese mismo año. Más tarde, entró a trabajar en la Casa del Artista, donde llevó a cabo una noble labor, y poco después en la Editorial El perro y la rana, primero dirigiendo la oficina de Atención al Escritor y luego como
Editor,
así
que frecuentemente nos veíamos ahí en el piso 21 de la Torre Norte
del Centro Simón Bolívar. En
2012 participó en un concurso organizado por el equipo nuestro de
trabajo con el Gabinete y la Red de Escritores, para participar en el
9no Festival Mundial de Poesía sede Miranda, y así en
efecto participó
en la antología que preparamos, representando él a la región de
Altos Mirandinos y que fue presentada en el CELARG, Altamira,
el 29 de noviembre de ese mismo año. Previamente, en agosto de ese
mismo año, habíamos compartido en la FILVEN Miranda en Los Teques,
en un recital de poesía homenaje a Julio Valderrey. En
2013
preparé una nota sobre su texto teatral 4
monólogos sin logos,
publicado
en formato de libro
de bolsillo
por El perro y la rana, una
obra que apenas leí me pareció que merecía atención especial.
La
nota salió publicada en la Revista ¿al
vacío...?,
N°25, 9no aniversario, correspondiente a diciembre de 2013. En ella
expresé una idea
que hoy parece un presagio fatídico verificado: "en
adelante esta eternidad es peor que Esperando
a Godot
porque ya no hay nada que esperar, ya todo ha pasado". (Fuente: http://grupoliterarioalvacio.blogspot.com/2013/12/revista-literaria-al-vacio-n25-9no.html . Pág. -3 (15 del pdf).
Y
luego
extraigo del personaje de la obra, Cran Eola, la cita que está de
epígrafe a esta nota elegíaca.
El
11 de mayo de 2014 volvimos a estar juntos en el marco del
Pre-Festival de Poesía de Miranda, el cual celebramos en el CELARG.
Y
así seguimos eventualmente compartiendo en distintas actividades,
principalmente
en Los Teques.
Entre
finales de 2016 y principios de 2018 me tocó trabajar directamente
en el mentado
piso
21 como Coordinador
Nacional
del Sistema de Imprentas, o Editoriales Regionales, y
nuetros puestos de trabajo quedaban a escasos diez pasos el uno del
otro. A menudo solíamos almorzar juntos, no siempre, pero vale
destacar que Oswaldo era de ese tipo de exagerados que llevaba, no
una "viandita", sino una "perola" que parecía un
almacén enterno de comida, de la cual siempre compartía con quienes
él
se
sentara a la mesa. Recuerdo un día en
que llevó
como cincuenta filetes de sardina frita en un envase que parecía una
cava viajera, y en la mesa nos repartió sardinas a mi y a otra
compañera de labores. Con
arroz, por cierto.
Era obvio que no le gustaba comer solo.
En
Oswaldo había, ya en
2017,
un espíritu menos alegre que antes, si
bien era
el mordaz
y ácido de
siempre,
con
su
humor negro y escatológico que lograba unir, no sé cómo, con una
dulzura que parecía de niño travieso. Pero
ahora había madurado muchas ideas, o tal vez ambos habíamos
madurado a diez años ya de conocernos. Habíamos perdido cierta
ingenuidad política,
habíamos aprendido a soñar con los pies en la tierra, o a entender
que no hacía falta ser un cándido mártir al
servicio de la viveza
para ser nosotros mismos y
revolucionarios.
A
mediados de 2019, estando ya ambos fuera de la editorial (yo había
renunciado en febrero y él se había ido poco
tiempo después),
coincidimos en una actividad en Los Teques, en El Guateque, y de ahí
habíamos ido, con el debido lubricante socio-etílico, a casa de
Manuel Almeida y Kristel Guirado, aunque ella
no estaba, pero sí su hija. Con nosotros también estaban Rukleman y
Gabriel Soto (padre e hijo), mi compañera, y otras personas
más, para compartir un buen rato de charla y baile. Esa noche en
medio de tragos y disertaciones
de
inocuo nivel, constaté
que Oswaldo definitivamente había cambiado mucho en la última
década. Luego de la etapa risueña de la conversación,
inevitablemente caímos en el debate político, un debate siempre
apasionante para gente como nosotros: tercos.
Él estaba tan descontento con el gobierno, tan decepcionado, había
dado tanto, había dado todo, y ahora, en medio de la rasca,
prorrumpió en llanto de tal manera que me tocó, mientras todos los
demás bailaban, cantaban y bebían, tratar de calmarlo y consolarlo,
hacerle
entender que lo valioso de la revolución era lo que cada uno de
nosotross podía dar y hacer, no lo que mal-hicieran
los politiqueros arribistas
de siempre.
Obviamente la ebriedad juega trucos con nuestras emociones y
"borracho no es gente", pero ese llanto no había salido de
la nada. Había salido como exorcismo, expresión de un amargor muy
hondo en él. Ahí estaba
viendo yo,
¡animando
en su duelo!,
al tipo que doce años antes había llegado a juramentarme como
lector del Consejo
Editorial
Popular;
de
haber
sido un efusivo
y convencido hasta la médula, ahora a
ser alguien con
una desazón terrible.
El
momento pasó, le
di un abrazo fraterno y se
calmó. Y
luego
de algunos tumbos en la "pista de baile", a la hora dormir
lo hizo profundamente, como una
bestia mítica afligida, como quien
ha soltado una pesada carga de
años,
no sin antes insistir en tomarme una foto con un gorrito tipo peruano
super-ridículo que él
traía
puesto,
fucsia con verde manzana, con ojos saltones de títere, a lo cual
tuve que terminar accediendo para posar para una foto que me tomó
ante las risas de mi novia y de Manuel. A la mañana siguiente se
despertó de último, casi al mediodía. A esa hora nos insistió a
mí y a mi compañera en que pasáramos por su casa rápidamente para
almorzar antes de irnos, y así hicimos. Su música neopunk
ochentosa
no
podía faltar en su casa, que por cierto realmente era la casa de su
tía, cerca
de Villa Teola.
Regó las matas "como una doñita" (así dijo riéndose),
nos cocinó una sopa en tiempo récord, nos contó cómo estaba
"rebuscánose" vendiendo poemas, cuentos y otras creaciones
escritas suyas en la página de internet SteemIt, que pagaba con
dinero virtual, y eso él lo cambiaba por bolívares y se mantenía
"más o menos". Y
nos fuimos.
Después
de eso, nos vimos otras veces, aún en 2019. Poco después
coincidimos en El Guateque. Apenas me vio, llegó actuando como que
iba a agredirme desaforadamente,
y
todo el mundo en el
recinto
se quedó viendo porque yo me paré también violentamente con mi
silla en alto. Creo que los únicos que se dieron cuenta de que todo
era una pantomima fueron Alejandro Sequera (el anfitrión permanente)
y Gabriel Soto, que nos estaba acompañando en la mesa a mí y a mi
compañera, que sí se sorprendió. Obviamente la escena terminó de
manera abrupta en un abrazo de risas. Esa anoche recitamos poesía
allí. Luego, en octubre del mismo año, coincidimos en el
Festival
de Poesía de Miranda, en el Complejo Cultural "Emma Soler"
de Los Teques, en el cual él llevó el hilo de un sencillo pero
digno homenaje al poeta Pablo Molina, leyendo poemas de este y
dedicándole
una pequeña disertación sobre su obra. Esa fue la última vez que
vi a Oswaldo Antonio
González en
persona. Hace casi seis meses.
Yo
quise ayudarle a gestionar, entre noviembre y diciembre, el bono de
cultores que da el gobierno. Lo
llamé por teléfono para pedirle su número de cédula,
pero el
bono nunca
le salió, ni
a él, ni a los otros diez escritores que incluí en esa lista para
el Centro Nacional del Libro.
Y
así pasó el tiempo y nos quedamos incomunicamos, y así nos llegó
la Pandemia Mundial,
y
la cuarentena, y
así me llegó ayer sábado
4
de abril la triste noticia de que había muerto el
día anterior, el viernes 3 de abril en la noche.
No entendí nada: ¿por qué justo ahora, en plena cuarentena, cuando
no pudimos
hacer nada por él, ni siquiera acompañarlo en su último descanso?
Un tipo que había sido experto en llamar la atención de todos con
su irreverencia y su santa locura, ¿cómo
se podía ir así? Un creador, escritor, ganador de premios
literarios en casi todos los géneros, ¿tenía
que marcharse así? Le pregunté a Kristel y apenas
pudo escribirme una línea, me habló
de problemas respiratorios, neumonia. Ximena Benítez me dijo "él
era así, como la vida misma". Yurimia Boscán y Coral Pérez me
mandaron unos mensajes de audio en los que apenas podían hablar del
dolor y las lágrimas traicioneras. Eleazar Jiménez "Prowy"
me dijo finalmente: "se fue como él era: irreverente".
Entonces me di cuenta de
que sí. Así
se fue Oswaldo: si quería
llamar
la atención de todos, lo hizo muriendo cuando ni siquiera podemos
compartir nuestro dolor entre amigos abrazándonos en su nombre. No
nos queda sino recordarlo, leerlo y escribirle. Todo sea por la
memoria...
Eres
una ratica, Oswaldo. Vaya manera de atraer la atención, hasta
para morirte...
Te
quiero burda, hermano, donde quiera que estés, que espero sea en un
escenario haciendo a Dios
cagarse
de la risa con tu sagrada irreverencia.
Caracas,
domingo 5
de abril de 2020
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