jueves, 16 de mayo de 2019

Las T.I.C. y su impacto en la sociedad moderna visualizada por Karl Popper

Por Isaac Morales Fernández

Los avances tecnológicos han sido uno de los principales correlatos ideologizantes del siglo XX y lo que va de siglo XXI. Las ideas que se han tenido sobre la ciencia y la tecnología en los últimos cien años, y su rol en la sociedad, han variado sustancialmente, impulsando una ideología dominante de confianza plena en los avances tecnológicos como principal cartelera de muestra de cuan desarrollada puede llegar a estar una nación. Dentro de este campo, las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) han influido, por lo tanto, y de una manera cada vez más invasiva, en el proceso de producción del conocimiento (PPC).

Uno de los pensadores que planteó, en pleno siglo XX, una visión positiva de los avances científicos y tecnológicos fue Karl Popper (1902-1994) matemático y filósofo británico de origen austríaco, de la clase media judía. Su confianza en la ciencia le llevó a afirmar algunas teorías que hoy nos pueden servir para establecer un balance realmente crítico de lo que ha significado la ciencia y su aplicación técnica en el mundo moderno. Repasemos algunos de sus principales planteamientos y como estos terminaron, de alguna manera, influyendo en las ideas o esquemas mentales que hoy se tienen y defienden, de manera generalizada, en las sociedades desarrolladas y en los contextos massmediáticos.

La principal teoría que defiende Popper es el falsacionismo, o falibilidad. Tiene que ver con la concepción del proceso de producción del conocimiento desde un punto de vista estrictamente científico, desde la visión del Racionalismo Crítico, en donde un conocimiento científico sólo podría ser verdad si sus argumentos expresados son conscientes de su refutabilidad, pero sólo mientras estos sean aceptados momentáneamente como verdad. Popper se expresa de la siguiente manera: “La ciencia no tiene nada que ver con la búsqueda de la certeza, de la probabilidad o de la confiabilidad… No nos interesa establecer que las teorías científicas son seguras, ciertas o probables. Conscientes de nuestra falibilidad, sólo nos interesa criticarlas y someterlas a prueba” (Citado por Martínez Miguélez, 2000, pág.59). Es decir, cuando una teoría puede ser refutada por otro científico, y esta teoría es susceptible de ser desmontada, sólo entonces puede considerarse que es realmente científica y útil para el desarrollo del conocimiento. La posibilidad de refutabilidad es una de las condiciones críticas que debe presentar una teoría científica para poder ser considerada como tal, y en ese sentido, a la larga, producir un acercamiento a la verdad, cuyo problema, sin embargo, no es lo principal de la ciencia, sino el criticismo, el enfoque crítico. Esta idea no puede confundirse con la teoría dialéctica, ya que para Popper, si una tesis o una antítesis fuesen falsas, la falsa no puede ser ya considerada útil para la ciencia, se debe suponer superada. Esto lleva a Popper a concluir, por lo tanto, que no sólo la dialéctica hegeliana, sino incluso el marxismo, no constituyen fundamentos básicos para el conocimiento científico, por cuanto se basan en la consideración de principios tenidos exclusivamente por verdaderos, pero solo uno de ellos (en la antípoda tesis-antítesis) puede ser verdad, así que la idea de síntesis sería mitad falsa y mitad verdadera, por lo tanto, no científica. Para Popper “el psicoanálisis y el marxismo, por ejemplo, no serían científicos en ese sentido, porque nunca fueron capaces de señalar un hecho, supuesto o posible que, de darse, los refutara” (Martínez Miguelez, op.cit., ídem.) En este orden de ideas, Popper le achaca al marxismo no dar lugar a la posibilidad de refutabilidad, al intentar anularla con la dialéctica, ya que esta supone, dicho grosso modo, que cualquier cosa puede ser verdad. “Si se admiten dos enunciados contradictorios, entonces se debe admitir cualquier enunciado; pues, de un par de enunciados contradictorios puede inferirse, válidamente, cualquier enunciado” (Popper citado por Lanz, 1980, pág.76). De esta manera, Popper reduce la dialéctica a una mera dicotomía, como discurso contradictorio y, por lo tanto, absurdo, a la luz de la evidenciación de la lógica proposicional de la matemática, donde el orden de las cosas sólo puede ser verdaderas o falsas, sin términos medios. 


El destacado filósofo venezolano Rigoberto Lanz, en su libro El marxismo no es una ciencia, es sumamente crítico de la teoría popperiana en este sentido. “Una epistemología dialéctica no es una colección  de ‘enunciados’ antinómicos (como tampoco un catálogo de verdades ‘científicas’). (…) Pretender mostrar la ‘invalidez’ de las proposiciones teóricas dialécticas sobre la contradicción a partir del cálculo lógico, resulta un banal contrasentido” (Lanz, op.cit. págs.76-77). Sin embargo, sobre esta lógica matemática popperiana, utilitarista e instrumentalista, meramente teórica, se montarán todos los científicos informáticos posteriores para enmarcar (o demarcar, usando la terminología de Popper), durante el siglo XX, sus principales aportes científico-tecnológicos. De hecho, ya advertía poco antes de estas teorías, Johan Hessen en su Teoría del conocimiento en los años en que Popper apenas iniciaba sus estudios en el campo del neopositivismo, a pesar de que luego intentara desmarcarse de él con su Racionalismo Crítico: “Una forma determinada del conocimiento ha servido evidentemente de modelo a la interpretación racionalista del conocimiento. No es difícil decir cuál es: es el conocimiento matemático. Este es un conocimiento predominantemente conceptual y deductivo” (Hessen, 1970, pág.52) y luego agrega este destacado filósofo alemán con una crítica, mucho más sobria y sopesada, no tan vehemente, en comparación con la que hará posteriormente Rigoberto Lanz, pero que vale la pena citar en su mayor extensión:

El mérito del racionalismo consiste en haber visto y subrayado con energía la significación del factor racional en el conocimiento humano. Pero es exclusivista al hacer del pensamiento la fuente única o propia del conocimiento. Como hemos visto, ello armoniza con su ideal del conocimiento, según el cual todo verdadero conocimiento posee necesidad lógica y validez universal. Pero justamente este idea es exclusivista, como sacado de una forma determinada del conocimiento, del conocimiento matemático. Otro defecto del racionalismo (…) consiste en respirar el espíritu del dogmatismo (…) Deriva, de principios formales, proposiciones materiales; deduce, de meros conceptos, conocimientos (…) Justamente este espíritu dogmático del racionalismo ha provocado una y otra vez su antípoda, el empirismo. (Hessen, 1970, pág.57)

A este defecto agregamos algo que en la época de Hessen (principios del siglo XX) no estaba en el tapete del debate sobre el conocimiento, pero sí durante el desarrollo de la epistemología popperiana: que aparte de no considerar, el racionalismo, que el conocimiento se puede obtener con base en la experiencia (conocimiento experiencial o empírico), el conocimiento también puede ser sensible, sensoperceptual, subjetivo y, por supuesto, holístico. El conocimiento no es, pese a lo que diga el Racionalismo, por más “Crítico” que sea, territorio exclusivo de la razón. Es por esta debilidad excluyente que, aunque Popper se distancie del neopositivismo, igual aterriza en él por cuanto el papel que le da al conocimiento empírico se reduce a la mera comprobación terrena de las teorías.



    
          Otra propuesta teórica de Popper, en donde pretende ir ya del discurso científico, a un discurso filosófico basado en lo conjetural, es la diferenciación entre el desarrollo de las sociedades cerradas y el de las sociedades abiertas. En una visión casi utopista, idealista dentro de su razonamiento, planteará que las sociedad cerradas son aquellas que mantienen una cultura hermética, un pensamiento mágico, “tribal y colectivista”; mientras que una sociedad abierta  sería aquella en que “los individuos deben adoptar decisiones personales” (Popper citado por Galvis, 2009, pág.78). De ellas, la primera responde a cánones tradicionales, incluso folclóricos, tal vez conservadores pero sin duda preservadores de la transmisión general del conocimiento ancestral; mientras que la segunda, la abierta, sería la que entraría de lleno al desarrollo científico y tecnológico que le permitiría su evolución hacia una futura sociedad “abstracta” o teórica, en donde las personas no tengan que interactuar experiencialmente para intercambiar recursos, comunicación, bienes y más. Su visión “futurista” de una sociedad altamente tecnificada, iluminó la imaginación de los científicos del siglo XX y, también de mucha de la literatura de ciencia ficción y del cine comercial. Si para Aldous Huxley y George Orwell, desde la literatura, en Un mundo feliz y en 1984, respectivamente, un futuro así sólo ofrece una distopía, la pérdida total y definitiva del paraíso; para Karl Popper ese mundo feliz y altamente tecnificado sería realmente un logro trascendental de la ciencia y la tecnología, que deberá vencer a sus “enemigos”, quienes estarán en contra, equívocamente, de algo inevitable que no vale la pena desgastarse en pretender evitar. Popper es el primer antecedente de ese discurso ingenuo e idealista que supuso que un futuro en manos de las computadoras sería algo promisorio, porque para él, esta sociedad altamente tecnificada, abstracta (que en los países desarrollados ya no es tan abstracta porque está sucediendo), sería una sociedad enteramente racional. Puede que no exista, pero puede que sí, y eso es lo que este pensador valora, la razón en el marco de la posibilidad de su refutabilidad.

     
          Popper tiene otros planteamientos, en los cuales no nos vamos a detener acá por razones de espacio, más adelante en sus teorías hacia los años ’80 reconsiderará levemente el papel de la experiencia empírica como fuente de obtención alternativa de conocimiento, pero sí es importante llamar la atención sobre la teoría de la sociedad abierta y su estrecha relación con lo que las TIC han hecho hoy del mundo contemporáneo.

       
La aspiración a un mundo en donde la individuación (entendida como desarrollo del carácter subjetivo del sujeto en tanto individuo pensante) ha sido confundida con la individualización (entendida como proceso de aislamiento en que el individuo deja de interrelacionarse con el otro), ha devenido en un problema ético para los tecnócratas y, en general, entusiastas de la tecnología, pero un problema que, hasta ahora, no se ha reconocido con la seriedad y responsabilidad necesarias. Capitales multimillonarios trasnacionales se empeñan, día a día, en acentuar la individualización de grandes masas de jóvenes que prefieren interrelacionarse incluso con realidades virtuales, y no ya con la realidad cotidiana y circundante. Al aislamiento entonces se suman otras conductas dignas de estudio de la Psicología Social, como la evasión, alienación y enajenación como los principales rasgos psicológicos de quienes, llevados como masa “amorfa”, avanzan inertes y de manera acrítica hacia un destino inexorable que podría significar no una evolución (entendida no sólo como proceso tecnológico, sino también comunicacional, humanístico) sino hacia un estancamiento de la especie humana que podría acarrear una involución más bien hacia la incomunicación, la desaparición de la idea de sociedad,  la fragmentación y eso que en la filosofía posmoderna se ha dado en llamar la escisión del individuo.

Mucho más dinero es invertido en el mundo en materia de hegemonía tecnológica, informática y comunicacional (actualización permanente de aplicaciones para internet y telefonía celular, campañas y estrategias publicitarias, televisión y cine como industrias mercantiles), que en alimento, medicinas o seguridad social para los países más pobres del mundo. Con el dinero invertido en las cámaras de tecnología de punta con que los fotógrafos de la National Geographic hacen tomas que salen publicadas instantáneamente en la cuenta Instagram de esta corporación trasnacional de investigadores/observadores que no hacen nada por transformar las duras realidades que documentan, podría alimentarse a toda una tribu etíope.

Popper inspiró una confianza neopositivista en los avances tecnológicos, como lo hizo siglo y medio atrás el positivismo para los descubrimientos científicos. Avances y descubrimientos que han sido de provecho, han solucionado muchos problemas para muchas personas (eso no se pone en duda acá), pero que tienden a su perversión por cuanto no existe aún, a nivel internacional, en este mundo globalizado en contra de su voluntad, un aparato jurídico, ético y moral que ponga en su justo lugar a la lógica racionalista, junto a la lógica empírica y la lógica sensible.

No es el conocimiento científico como tal, en sí, lo que debe colocarse en tela de juicio en los actuales momentos, sino el uso que las sociedades desarrolladas hacen de él, y junto con él, de sus logros tecnológicos y su necesaria construcción o creación de un cuerpo de normas morales, éticas y humanísticas que lo vacunen contra ese utilitarismo meramente pragmático y vacío que nos puede llevar a la autodestrucción humana, es decir, de lo que realmente nos hace humanos: la sensibilidad, la cultura, la socialización, el contacto físico, la experiencia de lo que es la humanidad. Dejamos en el aire una pregunta, tal vez inquietante para algunos, tal vez insignificante para otros: ¿es que acaso serán las tecnologías de la investigación y la comunicación por sí solas las que asegurarán la vida y la supervivencia de la especie humana? ¿Y a qué precio sería esa supervivencia de nuestra especie inteligente? El debate está abierto en esta sociedad “abierta”.



BIBLIOGRAFÍA:

GALVIS G., Diego (2009). “Las TICs y las teorías de la ciencia según Karl Popper”, en Revista de la Maestría en Comunicación Educativa. Vol. 1, Núm. 7. Universidad Tecnológica de Pereira. Colombia. Enlace: https://revistas.utp.edu.co/index.php/miradas/article/view/13481/8441

HEIDEGGER, Martin (1994). “La pregunta por la técnica”, en Conferencias y artículos. Ediciones del Serbal. Barcelona, España. p.p. 9-37.

HESSEN, Johan (1970). Teoría del conocimiento. Editorial Losada. Argentina.

LANZ, Rigoberto (1980). El marxismo no es una ciencia. FACES-UCV, División de publicaciones. Caracas, Venezuela.

MARTÍN-BARBERO, Jesús (2003). Razón técnica y razón política. Espacios/tiempos no pensados.  Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Bogotá. Colombia. Enlace: http://www.eca.usp.br/associa/alaic/revista/r1/art_02.pdf

MARTÍNEZ M., Miguel (2000). El paradigma emergente. Editorial Trillas. México.

OCAMPO, Miguel Ángel (2019). El impacto de las TIC en la sociedad actual. Página web Digital Sevilla. Enlace: https://digitalsevilla.com/2019/01/15/el-impacto-de-las-tic-en-la-sociedad-actual/

S/A (2019). Las TIC y su impacto en la sociedad. Página web La prensa. Enlace:
          https://impresa.prensa.com/vivir/TIC-impacto-sociedad_0_3702379734.html

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