martes, 7 de mayo de 2019

Las T.I.C. y su impacto en la sociedad moderna

Por Isaac Morales Fernández
El hombre ahora puede volar por el aire como un pájaro,
él es capaz de nadar bajo el mar como un pez,
él es capaz de cavar bajo la tierra como un topo.
Ahora, si tan solo caminara sobre la Tierra como un hombre,
esto sería el paraíso.
Melissa Auf Der Maur: Esto sería el paraíso


Una película animada estadounidense muestra una sociedad futura en la que todo se realiza mediante la operación de computadoras personales, mientras los usuarios viven sentados en cómodos sillones, deslizándose sobre ellos a todos lados, sin hacer prácticamente ningún esfuerzo para moverse. Toda la información y comunicación que necesitan, la tienen permanentemente en los monitores delante de su cara, sofisticadísimos aparatos tan complejos que sólo otro aparato, un robot, puede reparar. Ese altísimo nivel tecnológico los ha llevado a vivir en una nave espacial, que les brinda todo un hábitat virtual, ya que el planeta Tierra ha sido devastado por la contaminación. Al mismo tiempo, en la Tierra sólo habitan las cucarachas y el último robot “sobreviviente” que le da el nombre al filme: Wall-E, un simple recolector-compactador de basura. El resultado evidente de esa distopía es una sociedad enferma de obesidad, desarraigo, sin sentido, antihistórica, sin cultura, fácil presa del pánico, alienada, ignorante, desnaturalizada y condenada a la estupidez. La duda que nos plantea esta película, aparentemente inocente, es: ¿será este nuestro futuro al depositar toda nuestra confianza en la tecnología informática? Esa sociedad supuestamente feliz representa lo más grave para la Psicología Social: una sociedad ciega e imposibilitada de frenar su propia autodestrucción.
El siglo XXI se ha convertido en un escenario donde la tecnología informática dictamina el orden del día y determina la visión del mundo de la juventud actual, nacida, como dice cierto refrán muy reciente, “con una computadora bajo el brazo”, es decir, aptitudinalmente lista para manejarse entre computadoras y celulares. En la competencia tecnocrática que plantea un mundo regido por los cánones industriales de los países con altos niveles de desarrollo científico-técnico, la realidad de los países en vías de desarrollo o también llamados, aunque nos pese, subdesarrollados, se ve halada por un brazo hacia adelante, llevada a trompicones hacia el futuro, bajo la premisa de que “el futuro es ahora”. Sin embargo, muchos aspectos debemos considerar en esta aceleración permanente de las nuevas tecnologías y esta sociedad llamada “de la información”, pues es tal vez estemos corriendo a ciegas hacia un nuevo tipo de clasismo posmoderno: el clasismo tecnológico. Si vemos la sociedad como un cuerpo, es sólo un brazo el que va halado hacia adelante mientras el resto del cuerpo va inerte, detrás, inerme, atontado, a riesgo de caerse en esta carrera, en esta “autopista de la información”.
Las tecnologías de investigación y comunicación se nos presentan como una de las maravillas de la actualidad, y en este contexto se nos intenta convencer de manera incuestionable de su necesidad y de una importancia revestida de trascendencia. Sin embargo, podemos plantearnos algunas dudas al respecto, para tratar de no caernos en mitad de la autopista, tomando en cuenta que nuestra carrera más importante es la de la supervivencia de la humanidad, no la del avance tecnológico. Aún no es tarde para preguntarnos: ¿podremos bajarle velocidad y aprender a andar eficazmente como sociedad tecnológica, o “del conocimiento”, para evitar la caída? ¿A quiénes corresponde el rol de asumir críticamente la tecnología en nuestra actualidad? ¿Podemos plantearnos una ética informática, específica dentro de la ética científico-tecnológica, enfocada en las tecnologías de información y comunicación?
Las TIC son, básicamente, el cúmulo de plataformas tecnológicas que van creándose día a día con el fin de garantizar el flujo de información entre los usuarios de las redes sociales, blogs, correos electrónicos y de los medios de comunicación tradicionales que recurren a informática para expandir su capacidad de penetración en las masas. También se incluyen, en un abanico de posibilidades comunicativas, los videochats, videoconferencias, reuniones virtuales y demás mecanismos utilizados en diferentes contextos (institucionales, educativos, laborales, empresariales, etc.). Sin duda, han servido para agilizar muchos procesos, permitiendo una velocidad de información en tiempo real cada vez más eficiente y una diversidad de posibilidades para la comunicación a distancia cada vez más amplia. Los ejemplos abundan: hacer asignaciones para la escuela, el liceo y la universidad implica hoy en día una consulta prácticamente obligatoria de internet; escribimos en el buscador Google lo que necesitemos investigar, y es muy probable que lo consigamos; y la podemos leer, copiar, descargar, editar, ver esquematizada o representada en imágenes, de fuentes primarias o secundarias, etc. De hecho, a nivel universitario, la educación a distancia on-line es una de las panaceas de la sociedad transmoderna, ya que ha permitido al ciudadano común que trabaja todo el día y el fin de semana debe salir a hacer compras y diligencias, estudiar alguna carrera universitaria a través de una computadora, en la comodidad nocturna o sabatina/dominguera de su hogar. El año pasado, 2018, la Empresa Superlativo, editora del periódico Noticias del Tuy, auspició un Taller “Intangible” (así llamado) de Cuento y Poesía, dictado por un escritor de esta región a través de la red WhatsApp, desde su teléfono inteligente, con garantía de certificado, expedido también, por supuesto, vía electrónica. A nivel laboral, muchas empresas públicas y privadas se han permitido darle a su personal administrativo, general o ejecutivo la posibilidad de cumplir con muchas de sus funciones a distancia. Elaborar proyectos, investigaciones, desarrollar tareas, indicadores, cuadros, diapositivas, informes, incluso preparar discursos y exposiciones para el jefe, son sólo algunas de las cosas que se pueden hacer; tomando en cuenta que las videoconferencias, audioconferencias, chats, audiochats, videochats, entre otras cosas relacionadas, son hoy una realidad práctica en muchas instituciones gubernamentales, empresas y compañías privadas, fundaciones y asociaciones, etcétera. Estas posibilidades han influenciado, como era de esperarse, en el ambiente laboral del periodismo, por lo tanto, los medios de comunicación han adoptado, para su cotidianidad tanto interna como externa, las nuevas tecnologías informáticas y comunicacionales. Un periodista escribe un artículo, lo envía a un servidor interno tipo correo electrónico donde un corrector lo pule, este a su vez lo reenvía ya corregido a un editor que termina de ajustarlo a los requerimientos de la empresa comunicacional, y este finalmente lo envía a un jefe o coordinador editorial que autorizará finalmente su publicación, que irá hasta la computadora de un diseñador que hará una versión, también revisada y autorizada por el departamento editorial, para el medio impreso en físico, para la página web del mismo, y con los mismos criterios de diversidad de funciones laborales, se elabora entonces una “batería de tweets”, un resumen para Facebook, y una campaña mediática especial apoyada en lo visual para Youtube e Instagram, y cualquier otra red social que a los productores del medio de comunicación les interese, garantizando que su información llegará a la mayor cantidad y variedad de usuarios, en el mundo; incluso con la opción de que se les traduzca gracias a un equipo encargado de traducir los textos para otros idiomas o gracias al propio servicio automático de los exploradores de internet que de inmediato ofrecen “traducir esta página” gracias a su detector ortográfico. Las facilidades, pues, abundan, y las posibilidades abruman.

En este sentido, los gobiernos se han visto en la necesidad de regular la actividad que la sociedad ultramoderna está llevando a cabo en esas plataformas digitales e internet que parecen, aún, tierra de nadie, libre de leyes y reglamentos, sin imposiciones ni códigos de ética, pero donde todos los ciudadanos, incluyendo sus funcionarios públicos, participan de una manera abierta, expresa e incluso intencionada (para bien o para mal). Los Estados se ven en la necesidad entonces no sólo de intentar reglamentar el funcionamiento y uso de internet, sino también, inevitablemente, de acoplarse a esta realidad irrefrenable de la velocidad tecnológica, participando activamente en su uso. Un ejemplo evidente de ello en Venezuela es nuestra Ley de Infogobierno, aprobada desde al año 2013, la cual pretende utilizar las TIC para “mejorar la gestión pública y los servicios que se prestan a las personas; impulsando la transparencia” de las funciones del Estado y del gobierno, con carácter incuso de obligatoriedad, así como universalizar, promover y garantizar que la ciudadanía en pleno pueda hacer uso plural y democrático de estas tecnologías informáticas y comunicacionales, bajo la promesa de la independencia tecnológica. Los documentos y firmas electrónicas gozan así de validez gubernamental, el software o los programas libres reemplazan a los pagados en las instituciones del Estado, a la población estudiantil se le dan laptops y tablets para estimular sus estudios, y las instituciones se ven en la obligación de mantener portales de internet funcionales donde los usuarios puedan acceder a la información requerida de cada servicio estatal, y eso va desde el pago de impuestos o el manejo de cuentas bancarias, hasta el acceso a las publicaciones literarias más recientes, incluyendo los mecanismos relacionados con la Contraloría General de la República o el Consejo Nacional Electoral, y en casi todos esos servicios, cada usuario puede o debe tener una cuenta personal para operativizar sus diligencias, ya sea como personas naturales o jurídicas. En fin, toda una vasta cantidad de información circula hoy en día por lo que se ha dado en llamar “la nube”, es decir, la intangible señal de internet y sus alojamientos virtuales, celdas de almacenamiento cuyo soporte físico no existe sino como apoyo circunstancial, y si se daña un equipo, se reemplaza por otro sin que el almacenamiento se vea afectado. Todo está allí, en el aire, de una manera que hace menos de un siglo podría haberse considerado, simplemente, magia. La comunicación goza de esta misma suerte casi en la totalidad de los casos: una imagen, animación, video o audio enviado por correo electrónico, página de internet, subida a Facebook, WhatsApp, Twitter, o cualquier otra red social, quedará, aparentemente para siempre, “colgada” en internet, como si fuera una fruta “colgante” que cualquiera puede tomar de un árbol-nube sin que haya posibilidad de que se agote.








Sin embargo, debemos ser críticos ante esta realidad. Si tomamos cada uno de estos ejemplos que hemos mencionado y lo llevamos a la cotidianidad práctica, empezaremos a evidenciar deficiencias que podrían estarnos hablando de un nuevo fenómeno típico de este siglo XXI y que podríamos llamar “clasismo tecnológico”. Porque lo real es que, mientras un grueso sector de la sociedad no tiene la posibilidad económica para adquirir una computadora, tablet o teléfono inteligente, la “democratización” de las TIC, especialmente hoy en día, sigue siendo una utopía que no puede ocupar el espacio de la democratización de la alimentación, la salud, el derecho a la vivienda digna, al trabajo estable y con justa remuneración, el aseo urbano, y el acceso a los bienes culturales que son inherentes a nuestra condición humana. La realidad, aparentemente, parece decirnos que aún muchas personas de las nuevas generaciones, por más que intenten avanzar en su desempeño social, están alejadas de las tecnologías de la información y comunicación por las condiciones socioeconómicas de pobreza y desigualdad a las que un país como el nuestro, aún por debajo de los niveles necesarios de desarrollo científico-técnico-humano, le obliga y condena a vivir. En este plano, el acceso a la educación on-line es un lujo aún para la clase media por razones muy sencillas: en caso de tener computadora, ¿cuánto le toca pagar por el uso de internet? Si necesita de una cámara y no la tiene, ¿cuánto le costará comprarla? Y si entonces algún componente, incluyendo la cámara web, se le daña, ¿cuánto le costará reemplazar el componente o solicitar servicio técnico? En fin, ¿de cuánto dinero debe disponer para mantener de manera permanente un proceso de aprendizaje on-line? Y eso sin mencionar si tiene que pagar por descargar un libro, usando su tarjeta de crédito. Y aun si dispone del status socioeconómico para cubrir esas necesidades, ¿sabrá realmente investigar sin recurrir al archiconocido “corta-y-pega” típico de los analfabetas funcionales? Por otro lado, si es por teléfono ¿qué pasará si un día es víctima del hampa y pierde su dispositivo, llámese celular, tablet, laptop, u otro? Insisto: seamos realistas. El Taller “Intangible” de Cuento y Poesía auspiciado por el diario Noticias del Tuy en 2018, la verdad es que se vio truncado cuando tres de sus participantes no pudieron pagar la renta mensual de su teléfono, a otros dos el teléfono se les dañó el táctil o la pila, a una chica le robaron el teléfono, otra tenía era un blackberry que dejó de ser compatible con la aplicación WhatsApp y esta no le abrió más, otros dos se vieron tan ocupados en su cotidianidad que llegó un momento en que ni siquiera el horario dominguero del taller pudieron seguir cumpliéndolo por tener que salir a hacer sus compras semanales, y una se desanimó con tal deserción que perdió todo interés en el taller y se retiró. Al final sólo dos personas terminaron el taller, de doce que empezaron y habían pagado. ¿Cómo podemos hablar de democratización de una educación on-line si la situación nos demuestra que el ciudadano promedio venezolano tiene hartas dificultades socioeconómicas para acceder a las TIC? Y todo esto sin mencionar las posibles consecuencias de salud que podría tener alguien que, luego de la dura jornada laboral y hogareña que le causa un agotamiento físico, también deba lidiar anímicamente con una señal de internet lenta o un monitor que le impacta negativamente la vista cansada, y no hay un sistema económico y de salud que le permita realmente gozar de las TIC, sino sufrirlas porque estas se han convertido en una necesidad creada de la sociedad moderna. Estamos hablando, pues, de ciudadanos a quienes la tecnología los lleva halados por un brazo, en un carrera a trompicones, con riesgo verídico de caerse, es decir, de fracasar injustamente en el más competente intento. En cuanto a lo laboral o institucional, y a las diligencias on-line a las que los cuentahabientes, clientes, contribuyentes y demás términos con que llamamos a una misma persona en sus diferentes roles ciudadanos, ¿cómo podemos saber que todos los ellos pueden realmente tener acceso igualitario a las TIC, y, además, tener un adecuado desempeño operativo frente al teclado y la pantalla, si los índices de alfabetización tecnológica no parecen indicar un avance real en medio de una crisis que tiene décadas agudizándose cada día más (Briceño-Iragorry, Rosenblat, Prieto Figueroa, Úslar Pietri, entre muchos otros, nos la advirtieron desde mediados del siglo XX), por más esfuerzos que hagan los gobiernos por impedirlo, ya que los intereses financieros de quienes lideran la carrera informática tienen más peso que cualquier petición de pausa que piden los pueblos en esta prisa trepidante y alocada? Además, son estos intereses financieros los que mandan en las empresas de comunicación social, donde todo el organigrama tecnocrático está en función no tanto de la veracidad como de la publicidad, y así nace desde el ocultamiento o tergiversación de la información verídica hasta el mero o descarado palangrismo. La libertad de expresión ha caído en un libertinaje innegable. Las TIC, pues, por sí solas, son arma de doble filo porque no hay una ética humanista que las rija. Es posible que, sin esa ética que necesitamos que se le aplique a las TIC, estas terminen garantizando más bien una pirámide clasista en la que los puestos superiores serán ocupados sólo por quienes pueden, y no por quienes quieren. Y esto es así tanto para las estructuras de poder de los gobiernos, como para las estructuras de poder mediático y financiero. Porque en el plano de las condiciones económicas y materiales en su relación con el poder, lamentablemente, no todo el que quiere, puede, y la palabra “poder” se nos torna entonces ambigua e incierta, porque a veces el que “puede” sólo lo hace en términos de dependencia, ayudado por otro con mayor o menor deseo de ayudar, cuando no simplemente cobrando por la ayuda, como en esas salas de internet donde se cobra a los adultos mayores sumas terribles de dinero por, simplemente hacerles la consulta de su cuenta individual del Seguro Social, o pagar al SENIAT, o abrir una cuenta bancaria, o incluso resolver un trámite en su página de Patria (por ejemplo, agregar un niño recién nacido al grupo familiar, y se ha visto como parejas jóvenes de escasos recursos deben sacar dinero de donde no tienen para pagar ese servicio en las salas de internet). En este contexto las TIC podrían resultar ser también la garantía del enriquecimiento de los que quieren y pueden manejarlas, a costillas de los que quieren y necesitan de ellas pero no pueden hacerlo porque sus condiciones socioeconómicas, aún en un gobierno de intenciones socialistas, no ha podido mejorarles sustancial y significativamente, ni siquiera en su alfabetización tecnológica. Hacia dónde nos llevará esta obligatoriedad de la Ley de Infogobierno, cuál será su impacto a mediano y largo plazo en la sociedad moderna venezolana, con los actuales niveles de desigualdad que aún, como país expoliado, bloqueado, empobrecido y contradictorio tenemos, es algo que todavía no se vislumbra de una manera suficientemente optimista.
La responsabilidad de los gobiernos latinoamericanos en el acceso a la comunicación y la información es algo que trasciende al mero fetichismo tecnológico, de eso no debe caber duda y tal vez sea una exigencia de la sociedad. En Venezuela si bien no podemos quedarnos atrás, tampoco podemos olvidarnos de la necesidad humana original de la comunicación y su preponderancia por encima de toda fiebre tecnológica. No hay comunicación más eficaz que la que se realiza frente a frente, cuerpo a cuerpo, físicamente, experiencialmente. Si llega un momento en que nadie necesite salir de su casa para comunicarse con otro ¿qué pasará con la mirada, el gesto, la caricia, el beso, la contemplación responsable de la naturaleza? ¿Nos convertiremos solo en fuentes y receptáculos de información y comunicación a distancia? ¿A quién le conviene que haya cada vez más distancia física entre los seres humanos, en beneficio de una cercanía que sólo nos podría dar un aparato electrónico al que debemos darle gracias por mantenernos alejados? ¿Así no terminaremos alejándonos incluso de la Tierra y perdiéndola para siempre? ¿Dependeremos de la tecnología hasta para comunicarnos los unos con los otros?

BIBLIOGRAFÍA:

HEIDEGGER, Martin (1994). “La pregunta por la técnica”, en Conferencias y artículos. Ediciones del Serbal. Barcelona, España. p.p. 9-37.

Ley de Infogobierno. Asamblea Nacional de la República Bolivariana de Venezuela, decretada el 10 de octubre de 2013.

MARTÍN-BARBERO, Jesús (2003): Razón técnica y razón política. Espacios/tiempos no pensados.  Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de Bogotá. Colombia. Enlace: http://www.eca.usp.br/associa/alaic/revista/r1/art_02.pdf

OCAMPO, Miguel Ángel (2019). El impacto de las TIC en la sociedad actual. Página web Digital Sevilla. Enlace: https://digitalsevilla.com/2019/01/15/el-impacto-de-las-tic-en-la-sociedad-actual/

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ÚSLAR PIETRI, Arturo (1985). “El hombre de los diez libros”. En El Nacional, 25 de agosto de 1985. Pág. A-4.

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