Isaac Morales Fernández
Desde 1979,
los científicos James Lovelock y Lynn Margulis, irrumpieron en la historia de
la ciencia contemporánea con su Teoría Gaia o Hipótesis de Gaia, la cual
plantea que el planeta Tierra se comporta como un organismo vivo que se
autorregula y hasta respira. Desde este punto de vista, todos los seres vivos
que habitamos el planeta somos parte de un sistema que puede perfectamente
curarse de sus “enfermedades” mediante procesos biofisicoquímicos en los que
prescindir de un agente patógeno es crucial para mantener al organismo con
vida. Si esto fuese así realmente, como comprueban las evidencias de la
Hipótesis de Gaia, la principal especie que resultara extinta por su acción
dañina al organismo seríamos los humanos. Así resulta lógica nuestra futura
extinción como especie y, tal vez, lo único que podría salvarnos de la
desaparición absoluta es el abandono del huésped, es decir, nuestro “viaje a
las estrellas”, inevitable exilio hacia el espacio exterior, y que
representaría para nosotros la verdadera expulsión de nuestro paraíso terrenal,
es decir, la Tierra.
Esta teoría de
Lovelock y Margulis fue, durante los años subsiguientes, vista de soslayo por
la comunidad científica, quienes la consideraron solo una tendencia más de los
pensamientos milenaristas y apocalípticos que inundaron las matrices de opinión
pseudocientífica de finales del siglo XX, las cuales vaticinaban, por regla
general, el fin del mundo alrededor del año 2000. El tema del fin del mundo
fue, en efecto, un leitmotiv de los
discursos y relatos durante la segunda mitad del siglo pasado, y se agudizó de
manera irrazonada e indiscriminada en los medios de comunicación impresos y
audiovisuales en las últimas dos décadas del siglo. Mucha literatura y cine se
hizo en ese medio siglo en que se consideró que la ciencia-ficción podía no
solo imaginar o interpretar, sino además predecir casi objetivamente la
realidad. Los ejemplos abundan y sobran.
Sin embargo,
al nacer el siglo XXI, y a medida que ha ido pasando el tiempo, ese futurismo
distópico apocalíptico ha ido cesando un poco en su imaginería desbordante, y
ha cedido paso a los discursos científicos integrales que, vistos con más
seriedad y menos pasión a favor (ultraimaginarios) o en contra
(ultracientíficos), resultaron ser un boom
mediático que, por cierto, penetró de manera segura en los predios de internet
y luego en sus hijas predilectas, las redes sociales. Una de las teorías que
más fuerza ha ido cobrando en cuanto al futuro o destino de la humanidad ha
resultado ser precisamente la teoría Gaia. Luego de haber sido poco menos que
otro relato científico-fantástico de pequeños grupos, hoy en día esta teoría o
hipótesis es considerada, al menos, por la comunidad científica, digna de
estudio y análisis.
Muchas cosas
han cambiado en estas primeras dos décadas del siglo XXI, y nuestra manera de
ver el mundo ha sido influenciada, de alguna manera, por ciertas ideas que
ahora, por usar una metáfora adrede, “andan en el ambiente”. Varias teorías han
ido apareciendo a propósito de lo que ha sembrado en el imaginario popular la
Teoría Gaia, y han sido puestas en el tapete sobre todo en el cine de ciencia
ficción, visto hoy con mucha más seriedad que cincuenta años atrás cuando solo
parecía divertirse con ensoñaciones de locos. Algunas de estas ideas –me refiero
a las sembradas en el imaginario popular- podrían ser:
1.- Los humanos somos un virus, por lo tanto invasión alienígena en la
Tierra estaría justificada. En la taquillera película Matrix (1999, dirigida por los hermanos Wachowski), las máquinas han
avanzado tanto, tecnológicamente, por sí solas, que terminan esclavizando a la especie
humana entera porque este se ha comportado como un plaga, un virus que ha destruido
a su huésped, la Tierra. Por esta razón, a manera de castigo en que la
tecnología se ha puesto de parte de la Tierra, los seres humanos han sido reducidos
a baterías, o pilas, criados en celdas como capullos, para así usar su energía natural
en beneficio de la sobrevivencia de las máquinas y de lo que queda de la
Tierra. Matrix es una trilogía y además
una miniserie animada tipo spin-off.
El humano es Matrix es un solo una herramienta, un ser utilitario para
satisfacción de la máquina. El héroe sólo es aquel que no quiere ser utilizado
y se resiste a la máquina.
2.- Los humanos no seremos invadidos por alienígenas, somos nosotros los potenciales
invasores del universo. En otra película taquillera, Avatar (2009, dirigida por James Cameron), los humanos han
conquistado el espacio en sus naves intergalácticas y han logrado colonizar e invadir
otros planetas. Así han llegado a un planeta que hemos nombrado Pandora donde habitan
unos seres vivos e inteligentes de color azul llamados Navi, que tienen una
interconexión especial (y hasta literal) con su planeta. Los Navi están siendo
aniquilados por los humanos para beneficio propio. Además, un amor imposible ocurre
entre una nativa Navi, y un humano que se hace pasar por nativo. En 2018 salió
la segunda parte de Avatar. El humano
en Avatar, es sólo un ser pragmático,
insensibilizado y deshumanizado. El héroe en Avatar no quiere ser pragmático ni insensible. Quiere amar.
3.- Los humanos seremos expulsados para siempre de la Tierra. Desde La guerra de las galaxias (1977,
dirigida por George Lucas), una de las películas más taquilleras de todos los
tiempos, cuya historia completa, presentada en otras largas películas a manera
de precuelas y secuelas de la clásica, a lo largo de cuarenta años, presentan a
un humano que ya no habita la tierra, que cohabita con otro montón de seres de
otros planetas, todos diferentes. El humano presentado en La guerra de las galaxias es prácticamente un nómada cósmico, que si
bien mantiene su inteligencia y astucia aparentemente superior a las de otros
seres, se haya en desventaja por su excesiva racionalidad, por su propia
condición humana, y porque ya no guarda ninguna relación con su planeta de
origen. El humano en La guerra de las
galaxias, es sólo un nómada, desarraigado, exiliado. El héroe en La guerra de las galaxias busca la alianza,
volver a ser parte de una sociedad, quiere, sobre todo, apoyándose en el otro, volver
a creer en sí mismo.
Estas tres ideas, la del
humano-virus, la del humano-invasor y la del humano-expulsado son producto, tal
vez secundario, de una penetración en el imaginario popular de los postulados
hipotéticos de Lovelock y Margulis, penetración que tiene su raíz en la
proyección en los últimos veinte años a través de la televisión, el cine,
internet y las redes sociales. Especialmente en el cine y la televisión sabemos
que abundan los ejemplos de series y películas que presentan el futuro
distópico de alguna de estas tres maneras. Sin embargo, mucho se puede hacer,
recurriendo al empleo consciente de las Tecnologías de la Información y la
Comunicación para utilizar esta teoría y su impacto mediático como herramienta
para generar y motivar la reflexión y la preocupación por la ecología, en
beneficio de un equilibrio entre el humano y la naturaleza. Pueden plantearse
ideas educativas, formativas, de distinta índole para impulsar en la sociedad
la reflexión sobre nuestra responsabilidad con nuestra Madre Tierra, con lo que
nuestros indígenas suramericanos llamaron Pacha Mama. Sea o no sea cierta la
hipótesis de Gaia tal y como la plantean Lovelock y Margulis, lo cierto es que
hay, mínimo, un par de aspectos que evidentemente pueden ser indiscutibles en
ella: el primero es que, en efecto, el ecosistema terrestre puede perfectamente
existir sin presencia de humanos. Lo hizo durante millones de años antes de que
apareciéramos como especie evolucionada sobre la faz de la tierra. Por lo tanto,
no somos necesarios ni importantes para la Tierra, y hasta podríamos decir que
le estorbamos. La segunda es que la naturaleza, de alguna manera, gracias su
propio mecanismo de funcionamiento y, aunque el humano la haya impactado tan
negativamente con contaminación a todo nivel, tala y caza indiscriminadas,
entre otras cosas, ella siempre logra restablecer su equilibrio, y un
cataclismo meteorológico es para la Tierra no más que un gesto de su poder. La
certidumbre de la hipótesis del volcán del parque Yellowstone o del meteorito
que impactó en el actual golfo de México, o la evidencia hermenéutica del
diluvio universal, coinciden en esta sola cosa: la tierra se autorregula no
importa cuán grave sea su cataclismo climático-meteorológico.
Gea, o Gaia (como se escribe en
inglés), era la diosa titánide de la Tierra, era la Tierra misma en la
mitología griega. Como titánide que era, su fuerza destructiva y
autodestructiva, así como regeneradora también, era inconmensurable. Gea era la
madre de Zeus, y fue ella quien, al engendrar a su hijo, el rey del Olimpo, lo
escondió de su padre el tiempo, Cronos, para que este no se lo comiera. Tal vez
los griegos quisieron decirnos con esto que Gea o Gaia es capaz de vencer
incluso al tiempo. Educar hoy en día a la sociedad en cuanto a lo que es o
puede ser nuestra Tierra, pasa por hacer entender a nuestros hermanos humanos
que la Tierra es eterna en comparación con la existencia humana sobre ella.
Hemos ocupado solo un lugar y un tiempo dentro de la inconmensurabilidad y la
eternidad de la Tierra. Tomar consciencia de eso mediante procesos educativos
tecnológicos nos ayudaría a tenerle el respeto que se merece, aprender a usar
nuestras tecnologías de la información y la comunicación para fines más éticos,
para que la ciencia y la tecnología en general, no sólo las TIC, no sean un fin
en sí mismo. Deben ser una herramienta metodológica, educativa, socializante, cultural,
humanística, para enseñarle a los usuarios que la reflexión sobre el papel que
desempeña la tecnología en nuestra sociedad, que debe ser para beneficio de las
necesidades reales de los seres humanos, que son de comunicación y de
información, ciertamente, pero es que no hay necesidad informativa y comunicativa
más real y urgente que enseñar y aprender a respetar, como diría Walter
Martínez, a nuestra “querida, contaminada y única nave especial”.
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